Por si no se ha dado cuenta, esta semana, exactamente hoy hace 40 años, se llevó a cabo “Woodstock”; el festival de música más importante en la historia del rock.
Los medios llevan meses preparándose para este día y hasta una película sacó el director Ang Lee: “Taking Woodstock”.
Uno encuentra signos de amor, reediciones de discos y documentales, versiones inéditas de Janis Joplin, camisetas psicodélicas, cuadernos, y hasta cuanta pendejada se le ocurra.
Hoy hace cuarenta años fue cuando los hippies lograron durante un fin de semana realmente vivir su tan predicado “paz y amor”, y es ese recuerdo al que se pegan generaciones, las mismas que intentaron hacer Woodstock en los 90, pero lo que a mí se me viene a la cabeza después de las imágenes de la gente nadando en barro, es el hecho de que la historia del rock cambió después de Woodstock, no solo por lo que pasó durante el concierto, y los meses siguientes, sino porque el rock se convirtió en un negocio. El negocio de cobrar por boletas de conciertos, camisetas, discos, revistas, etc… Fue con Woodstock que de alguna manera nació el negocio de todos los extras de la música. Y es que los “expertos” en negociar se dieron cuenta de que no eran simplemente unos cientos hippies los que invertían en música, sino que la música tenía un alcance mucho más grande y, como es una pasión, la gente estaba (y sigue estando) dispuesta a pagar por eso (o preguntéle a Ticket Master).
Hay muchas cosas que decir sobre Woodstock, y seguramente las han leído o las van a leer. Narraciones de primera mano, de gente que estuvo en el festival, pero nosotros, los hijos de los hippies, podemos darnos el lujo de pensar en otras cosas sin nostalgia.