“En una atroz equivocación se empezó a construir el edificio de nuestra nación: Vale más la mentira que la verdad, más el artilugio, la puñalada trapera: El fin Justifica los crímenes”
Matías Serrano, Pasto ,1966. La carroza de Bolívar, Evelio Rosero.
He conocido pocos pastusos en mi vida, de ellos guardo memoria y aunque no mantenemos contacto sí sé a qué atenerme con respecto a su comportamiento. Hace unos días vi a una veintena de ellos cantando a bocajarro el son sureño, gritaban: ¡mi Nariño es tierra firme!, El trabajo es su bandera, Centinela de la patria, porque allí está su bandera. Miraban amenazantes invitándome a bailar el rico son, no hubo otra que bailar. Eso me hizo recordar la primera vez que visité Pasto, tendría 8 años, y si bien las dimensiones de las cosas para un niño deben ser diferentes, no recuerdo haber visto desde aquella vez unas calles tan estrechas, cuyo tamaño pareciera disminuir en la medida que se las camina. El pueblo lo recuerdo plomizo, flemático y socarrón.
Evelio Rosero, frunce el ceño como bogotano y aprieta los labios como pastuso, el Galeras y los cerros orientales de Bogotá son impronta en su obra, llamo la atención sobre La Carroza de Bolívar (Tusquets 2012) ya que son múltiples las imágenes literarias, los aciertos gramaticales y más que nada la gran riqueza narrativa que el autor plasma en este libro que desborda a cualquier obra nacional.
Leí Los ejércitos en el 2008 y La Carroza de Bolívar entre el 3 y el 7 de enero del presente año (tiempo en el que transcurre la historia). Según parece, cojo los libros de Rosero un año después de su publicación. Actualmente está recién editado Plegaria por un Papa Envenenado. A Los ejércitos llegué por la interesante imagen de la tapa y seducido por la primera hoja en la cual explican que un grupo de jurados había dado el premio Tusquets de novela a dicha obra.
De Los ejércitos recuerdo a un viejo que mira a una morena que se baña desnuda en el jardín contiguo de su casa. El libro narra a Colombia, historia de despojo, de forajidos, de desplazados y violencia. Dudé en terminarlo, sin embargo tan fuerte es la prosa y ricas la imágenes que lo terminé convencido que Rosero pronto remplazaría a los cacaos de la literatura en Colombia.
A La carroza de Bolívar llegué después de dejar en el estante de la librería Lerner El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez. Es común del escritor de estas tierras el estar centrado en su terruño, pero contrario a lo que ellos pensarían a lectores locales les espanta leer acerca de los dolores de la patria. Aun sabiendo que La carroza de Bolívar aludía al país, me entusiasmó saber que Rosero es capaz de hablar de Colombia parándose con éxito entre el patriotero y el apátrida.
El libro hace algo fabuloso que es remover del pedestal a Simón Bolívar dejando un espacio en el cual no quiere subir a ningún héroe. Bolívar no es el personaje del libro si bien es el eje central de la historia. Como personaje se resalta la pequeñez, cobardía y aire canalla del libertador que contrasta con el doctor Justo Pastor Proceso, flamante héroe anónimo regional. Justo Pastor no es un antihéroe, es reflejo de lo trágico ya que al no conocer un prohombre de la patria y querer desenmascarar el mito de Bolivar, termina dándose cuenta que Colombia es una nación bastarda y permite darle una justa proporción -absurda y divertida- a nuestros duendecillos de toda la vida: el discurso comunista, religioso, militar, y moral propio de este pueblo.
Si se quita el componente histórico, el libro contiene una novela con personajes ricos y situaciones profundas que se sienten muy locales. Primavera Pinzón es la esposa del doctor, la mujer más odiada y deseada del pueblo; Alcira Saristi confesa señora que soporta a un alcohólico marido.
Un joven embrión de guerrillero, un docente universitario hastiado del discurso mamerto, un cura confeso de la teología de la liberación, un general godo, un alcalde corrupto, un sinfín de artesanos, niños – pastusitos- traviesos en medio de la fiesta de blancos y negros, hacen todos ellos de La carroza de Bolívar el son sureño hecho libro: agresivo, gozón, amenazante.
Evelio Rosero narra en La carroza de Bolívar la exuberante cotidianidad en la que vivimos, de la que reímos, desconfiamos y criticamos, pero solo él es capaz de permitirnos disfrutar esa cotidianidad a pesar que no es más que una tragedia.
@noandresparra